viernes, 17 de diciembre de 2010

Las almas que morían lentamente


En la oscuridad del día, cuando lloviendo hacia arriba se secaban las ropas, las almas de los muertos vagaban libremente por los largos callejones de la ciudad de Transilvania buscando qué hacer en sus desdichadas vidas.
Una a una recordando su niñez se preguntaba que sería del mundo si todavía fueran tangibles, pero recordando que solo traspasaban las paredes, sin necesidad de usar una puerta, se deprimían y seguían rondando en su infinita soledad, haciendo que los gatos mimaran la luna arrojándole aullidos sin cesar.
Poco a poco su ira aumentaba al verse hechos polvo, pero por más que querían desaparecer de este mundo, solo lograban que su estancia fuera más y más dolorosa cada vez.

Aquellos días en las montañas donde se podía apreciar el paisaje de kilómetros y kilómetros hacia el Norte, aquella planicie seca, llena de nieve y animales blancos que se confundían a lo lejos, esos días en los que se estaba en la familia celebrando el día de Pascua, aquellos días donde se llevaban a los niños al parque para que se divirtieran y después sanar sus heridas que se hacían al saltar de los columpios…¡oh! Aquellos días, antes de que los dientes rosados de una cereza informara a los vivos de una muerte certera, en donde aquella montaña se derrumbó, aquella planicie blanca se inundó, aquella cena de conejos que envenenó, aquel rato en el parque que infartó, y que de un momento a otro la oscuridad besaba suavemente la muerte llegada de un viviente en los ojos llorosos de un cementerio.
Año tras año los iban visitar fortaleciendo el lazo de amor que los unía a éste mundo físico, pero 6000 años transcurrieron y nunca más los fueron a saludar, el amor desolado cayó en la frustración y poco a poco se convirtió en dolor, dolor que los ató a un mundo donde ni vivían ni morían, un dolor que se convirtió en odio y que acabo amarrándolos en una travesía sin camino, en un camino sin luz, una luz que ya no prende por falta de valoración, 6000 años mas transcurrieron, sus almas vagaban sin razón en aquellos lugares de desamor, durmiendo en el día en sus camas de madera y en las noches despiertos leyendo sus toques de queda.

Una tarde, de repente apareció un hombre de longeva vida un bigote y un bastón, que de tumba en tumba fue pasando saludando y a cada uno de ellos, y limpiando sus dormitorios uno tras otro poniendo flores nuevas embelleciendo el cementerio “El oro”, las almas estaban confundidas se preguntaban quién era, y con qué propósito lo hacía, pero él solo sonreía y conversaba con ellos día a día.
El amor sobrepaso el dolor y el odio ya no sabían de donde surgió, las almas de los muertos danzaban de felicidad al ver que alguien, aunque desconocido los apreciaba y les brindaba amabilidad, pero éste les dijo ya es tiempo de descansar y las ánimas sin arrepentimiento morían lentamente… el lugar del descanso finalmente lograron alcanzar donde los esperaba sus familias para un nuevo comienzo después de un triste final. (2008, whbh)

LOS MUERTOS NO MUEREN LOS MATA EL OLVIDO...


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